domingo, 21 de septiembre de 2008

Más muertos y más reos fugados en la "Peni"

TIJUANA.- A una semana del primer motín, el número de internos muertos aumentó y se confirmó la fuga de cinco reos que aprovecharon los enfrentamientos para evadirse del penal de La Mesa.



Al concluir un recorrido en el interior del Centro de Readaptación Social (Cereso) de Tijuana, José Francisco Blake Mora secretario de gobierno, admitió que tras los dos zafarranchos del fin de semana anterior y de los recorridos que han realizado las autoridades al interior del penal, se obtuvo que 5 reos se dieron a la fuga.
Sin embargo, no precisó de qué personas se trata, tampoco los delitos que estaban purgando al interior del penal, sin embargo sostuvo que la autoridad ya está buscándolos.
Se estima que el número de muertes ya rebasó las veinte personas, 12 de ellos ya han sido reconocidos y reclamados por los familiares, 8 de ellos fueron atendidos el día de ayer en el transcurso del día.
De igual manera el secretario de gobierno indicó que el gobierno del estado instaló cinco módulos de intercomunicación virtual con lo que los familiares se comunican con los internos.
Son alrededor de 2 mil personas las que han tenido comunicación con sus familiares, este número se ha logrado a través de diferentes medios (mesas de recados, telefonía celular y intercomunicación virtual), aseguró Blake Mora.
A pesar de ello hay decenas de familiares que no han tenido comunicación con los familiares.
Blake Mora informó que debido al reacomodo que se está dando al interior del penal, es posible que los deudos aún no tengan comunicación a los internos, por los que les solicitó calma.
El funcionario estatal indicó que los servicios de alimentación y médicos ya funcionan casi al cien por ciento y se espera que en un par de semanas más opere en su totalidad.

Denuncian detención ilegal de civiles por motín

Por Lindero Norte
TIJUANA.-
Catorce civiles, entre ellos dos menores de edad, fueron detenidos por agentes policíacos, acusados de motín, incendio y daños en propiedad ajena. Según las autoridades, estas personas participaron disturbios que se registraron al exterior de la penitenciaría de La Mesa, en Tijuana.



Son inocentes, los policías municipales los detuvieron porque dijeron que tenían que agarra a alguien", asegura la familiar de uno de los detenidos que han permanecido incomunicados durante los últimos dos días.
El término legal se amplió a 144 horas por lo que el lunes la jueza del séptimo juzgado determinará su situación jurídica ya que no alcanzan fianza por incendio, a diferencia de otras siete personas acusadas sólo de motín y daño en propiedad ajena a las que le fijaron el pago de 35 mil pesos.
Familiares inconformes por la incertidumbre del estado de salud e integridad física de sus internos durante el segundo motín reportado en este centro de reclusión, quemaron una patrulla y lanzaron piedras contra policías federales que intentaban sofocar la reyerta.
Agentes municipales hicieron un operativo a pie para detener a estos familiares que se perdieron en las calles aledañas de esta zona urbana de Tijuana. Sofocados y sin detenidos regresaron a las inmediaciones del penal donde lograron detener a 21 personas, la mayoría curiosos.
Un caso de inocencia de los detenidos tras los disturbios del miércoles 17 de septiembre generados en la calle luego que entrara la policía a sofocar el segundo motín del penal de La Mesa, es el de Mario Arvizu Reyes, estudiante de tercer semestre de Economía en la Universidad Autónoma de Baja California (UABC).
Cuando los internos empezaron a quemar sus pertenencias y mobiliario carcelario y los policías iniciaron la balacera para tratar de someter a los internos rijosos, vecinos del penal evacuaron sus casas y departamentos para proteger su integridad.
El estudiante vive a dos calles del penal por lo que abrió la puerta de su casa a su cuñada que habita en unos edificios ubicados al lado de la penitenciaria que le platicó que se habían repetido los sucesos del domingo y que esperaría que las autoridades controlaran la situación para regresar a su domicilio.
"Ve a ver si ya puedo irme a mi casa", escuchó la petición por lo que el estudiante universitario salió de su departamento. En la calle vio pasar a personas que corrían y tras ellos a varios policías que no pudieron alcanzar a quienes huían tras incendiar una patrulla. De regreso, los uniformados decidieron capturar a quienes encontraron a su paso o estaban en comercios y casas.
Mario Arvizu fue uno de los detenidos y sometidos a golpes por los policías municipales, junto con un taxista, un albañil, dos alumnos del Colegio de Bachilleres de Baja California que son menores de edad y que permanecieron dos días detenidos con adultos y posteriormente fueron trasladados al Consejo Tutelar, entre otros.
"A Mario lo subieron (a la patrulla), y al igual que a los otros lo maltrataron, le pegaron, golpearon, arrancaron la camisa y vamos a esperar que se demuestre su inocencia porque no alcanza fianza por lo del incendio", dice su familiar al tiempo de advertir que "los verdaderos (culpables) se les escaparon (a los policías)", por lo que recurrieron a la Procuraduría de los Derechos Humanos para buscar apoyo en la defensa de sus garantías individuales.

Exige legislador esclarecer motines

MEXICALI.-El diputado Carlos Barboza, integrante de la Comisión de Fiscalización del Congreso local, solicitó una investigación exhaustiva sobre los motines registrados en este centro penitenciario para esclarecer los hechos y deslindar responsabilidades.



Precisamente, dijo, un punto por determinar es quienes fueron los autores del disparo. En el caso de ser policías, necesitamos saber quien dio la orden y si fueron internos dónde están las armas y cómo ingresaron a La Mesa.
Los motines rebasaron a las autoridades estatales por lo que la información oficial empezó a brindarse a cuenta gotas, según la Procuraduría de los Derechos Humanos, lo que generó incertidumbre y una guerra de cifras sobre el número de muertos y de heridos.
Durante el segundo motín se rechazó, durante todo el día, la existencia de decesos en el interior del penal. "Sólo hay heridos" coincidieron en señalar la Secretaría de Seguridad Pública y la Procuraduría General de Justicia del Estado.
Ante la presión de medios de comunicación y familiares de reos, el gobernador José Guadalupe Osuna Millán reconoció 12 horas después -en entrevista televisiva- que el saldo del segundo motín era de 19 internos muertos. No obstante, la Agencia del Ministerio Público asentó que se trataba sólo de 17 fallecimientos.Igual ocurrió con los muertos del domingo.
Hasta el lunes por la tarde, el gabinete de Seguridad de Osuna Millán aceptó que tres internos habían fallecido, a pesar que internos y familiares lo sostuvieron durante la reyerta.
Pero los médicos legistas determinaron que entre los restos óseos (150 fragmentos) de lo que se dijo era un hombre calcinado había dos columnas vertebrales.
Otro dato que llama la atención es el reconocimiento oficial de la existencia de reos que fallecieron muertos y lesionados que se encuentran en calidad de desconocidos.
En el Hospital General de Tijuana hay catorce heridos, de los cuales tres aun no han sido identificados. De los 17 muertos en el segundo motín solo de 15 se conoce su identidad.
Eso ha provocado que familiares de internos exijan una lista completa y confiable de heridos y muertos en ambos enfrentamientos.
En tanto, empleados del Sistema Estatal Penitenciario iniciaron un operativo dentro del penal para que, en grupos de cuatro, los internos sean fotografiados con un cartel en las manos donde se asienta su nombre y número de expediente, el cual ubican a la altura de su pecho.
Al parecer se les perdió la información porque, hasta el momento, tienen un sistema manual de lista y registro de internos que retarda cualquier trámite e información, comentó el ombusdman.

Miércoles Rojo: crónica de un caos anunciado

Por Manuel Rosales Padilla
TIJUANA.-
La muerte asomó de nuevo tras los muros de la penitenciaría La Mesa, y los rostros llorosos de las madres de los reos, alzando los brazos hacia el cielo imploraban piedad al son de los fusiles que irrumpieron esa quietud azul y más tarde gris por el humo de las granadas y los incendios, testigos de un miércoles bañado en sangre.



A este día ya le había precedido el domingo, cuando después de la visita los internos del penal estatal de la Mesa, en el corazón de Tijuana, explotaron su ira por la muerte de uno de sus compañeros a manos de autoridades, hoy prófugas.
Mientras el cielo ardía la tarde noche del domingo, miles de piedras y balazos entremezclaban sus macabros destinos al compás de gritos, bullas, odios y corajes por las calles de alrededor de la penitenciaría y dentro de la cárcel, en tanto cientos de policías cumplían con la misión de acallar las voces que pedían agua, pan y justicia.
Fueron cuatro muertos, pero eran "balandros". Ninguna voz se apiadó de ellos, pues eran delincuentes y cumplían con un castigo por haber ofendido a la sociedad.
Ladrones, "narcos", secuestradores y asesinos fueron las víctimas, pero a nadie le importó, salvo a sus familiares.
Eso fue el domingo. El miércoles después de mediodía, otros pechos reprimidos volvieron a salir a la azotea de la Peni; esta vez eran mujeres, que pedían lo mismo: agua y pan.
El procurador de los Derechos Humanos ya había dicho: este motín se esperaba debido al comportamiento infrahumano de las autoridades. Y existen posibilidades de que suceda otro, y otro, y... nadie le hizo caso.
Una llorosa madre zarandeaba a un policía a quien parecía preguntarle que por qué, mientras una respuesta no esperada se entretenía en el aire enrarecido, y varios jovenzuelos sucios, flacos probablemente por las drogas y marcados de tatuajes lanzaban desde la calle piedras contra los custodios, en adhesión a los prisioneros que hacían lo mismo.
De repente, una vagoneta de la policía municipal irrumpió a toda velocidad por la calle, lanzándose contra quienes se encontraban en medio de la calle, alcanzando a aventar a uno al aire, un vejete que después de incorporarse constató que sólo tenía raspones en la piel.
La turba, enardecida, se fue en pos del vehículo apedreándolo, a la vez que varios policías pertrechados se preparaban para acometer en contra de los provocadores, y después, el caos.
Disparando balazos a la indignada población de familiares de los reos, la policía se fue tras ellos, gritándole soeces, improperios, y arremetiendo con sus escudos transparentes y a codazos para echarlos más allá de la cuadra, donde como una valla azul marino se apostaron firmes, a punta de golpes y macanazos.
Luego, sobrevino la calma, a las 14:00 horas. Ambulancias cruzaron la ciudad para internarse al penal y sacar a los heridos. 45, dijeron las autoridades. Ningún muerto, en su primera declaración.
Se rindieron. Por fin los atraparon y los sometieron al orden. Varios autobuses penetraron los muros de la parte trasera de la cárcel para sacar a los cabecillas y a muchos más. 202 hombres y 50 mujeres, rumbo a otros penales del estado: El Hongo y Ensenada.
Cuando salían los autobuses, una sonrisa cínica se dibujó en un rostro de cabeza afeitada que se asomó por la ventanilla del camión, como diciendo: "Ahí los dejo, ahí se hacen bolas".
Después de otra declaración, esta vez nocturna para ocultar el rostro de los que mienten, se dijo que no había ningún muerto. Una escasa hora más tarde, la autoridad habló de 19 y las versiones oficiales redujeron al día siguiente la cifra a 17.
Mientras tanto, el penal de La Mesa sigue esperando latente, imperturbable, como un perro de presa atado a una cadena, observador, en tanto la vida continúa en Tijuana y las madres de los reos siguen medrosas, y como plañideras, temen ver aparecer una vez más la muerte detrás de los grises muros...

CARICATURA EDITORIAL DE RAMSES II‏


COLUMNA: Rostros y retratos

Por Antonio Heras
El affaire del general Aponte Polito en Baja California es un asunto que dejó varios heridos de guerra, orgullo y orfandad, sobre todo en un sector de oficiantes de Tijuana.



Entre corrillos les llaman "las viudas de Aponte Polito".Escondidos entre los rincones buscan "hacer roncha" sobre análisis impolutos de la realidad bajacaliforniana aunque ubicados -eso sí- desde los propios sótanos del poder.
Se olvidaron de analizar hechos y en el anonimato lanzan sus dardos cargados de estulticia ante el llorado y recordado general que se perdió en su laberinto.
Por ley, Aponte Polito estaba obligado a presentar denuncia formal ante la agencia del Ministerio Público para señalar la infiltración del crimen organizado en corporaciones policiales y funcionarios públicos de la administración panista.
Así establece la ley para todos aquellos servidores públicos que pertenecen al gobierno federal, a través de alguna secretaría, empresa paraestatal u organismo descentralizado, así se trate de la Secretaría de la Defensa Nacional.
La SEDENA forma parte del gobierno federal, no es un poder de facto, al menos así lo establece la legislación mexicana.Si el general no se hubiera extraviado entre los efluvios del agua de centeno y la soberbia, hubiera puesto en brete al gobierno de José Guadalupe Osuna Millán al asentar ante el Ministerio Público una denuncia de hechos con nombres y apellidos, situaciones y circunstancias, tal y como lo hizo ante los medios de comunicación.
De haberlo hecho, sus viudas no llorarían su soledad porque todavía estaríamos viendo los juicios contra altos funcionarios, sobre todo de la Procuraduría General de Justicia del Estado, de gobiernos municipales, principalmente Tijuana, Mexicali y Ensenada.
El general era el jefe militar de la región noroeste mexicano, aunque nunca se paró en Sonora ni en Baja California Sur donde el crimen organizado se encuentra más vigente que nunca.Aunque se comportaba como jefe político y pensó en domeñar la ley para hacerla a su modo.
Ahora, lloran que lloranEso sí, también añoran su generosidad.

Lo que vi en el motín

Testimonio de un sobreviviente
Por Odilón García
Dentro de un cazo de metal, su cabeza, la respiración fundida con el sudor y el miedo. En la soledad de ese túnel oscuro buscaba protección, desesperadamente empujaba el cuerpo cada vez más adentro, las piernas no cupieron.



De cualquier forma de un disparo en los pies –y él lo sabía, lo había visto muchas veces en la enfermería del penal— no podía matarlo.
El cazo para la sopa que da de comer a más de 8 mil reclusos era todo su mundo, toda su protección, su casa y en ese momento toda su familia. Oraba desesperadamente apretando lo párpados y tapándose los oídos. En la proximidad más íntima le pedía a Dios con susurros, a veces con gritos cada vez que una detonación se escuchaba más cerca.
Jesús Parra, había recobrado su libertad después de purgar una sentencia por 20 años, conmutada por buena conducta y aplicación de la Ley de Normas Mínimas para Sentenciados en el país. Era reo federal y su libertad consistía en regresar al penal para firmar y preparar la comida para los reclusos. Los internos son en su mayoría adictos, algunos de buena conducta, una gran parte con tatuajes, otros tantos esqueléticos, unos más fornidos en su estructura, casi todos mal encarados, resentidos con la sociedad, unidos para su protección en pandillas en grupos los dos más grandes son: Los Sureños (mexicoamericanos deportados del sur de California) y Los Paisa (los nacidos en el país y por lo regular marginados).
El miedo se fue apaciguando en su corazón mientras cerraba los ojos y sentía que solo tocaban su cuerpo los sonidos grabes, punzantes de las detonaciones. Pero no estaba herido. En la cocina otros estaban tirados y los cuerpos se protegían unos a otros. El fuego cesó y decidió salir por un momento. Espió por la rendija de la puerta y observó un fuego intenso… El dormía regularmente en la cocina porque se encargaba de hacer la comida, llegaba ahí para trabajar en esto, cada fin de semana.
Era la segunda vez que entraba a cocinar, antes lo hacía en la prisión del Hongo donde hay mejores instalaciones para preparar los alimentos. La cocina industrial estaba siendo enseñada en el penal de la Mesa con Parra al frente. Entraba por los juzgados, firmaba y luego lo conducían al sótano, ahí se abría una puerta para transitar por el túnel que lleva al interior del penal. Ese túnel subterráneo es conocido como la yugular.
“Pasé por la yugular y como la segunda vez, igual… La misma gente me tocó. Pero el sábado, cuando preparaba la comida para el domingo… el motín… nunca te van a decir (lo que va a pasar) el motín se huele”, afirmó el cocinero.
Golpear las rejas, con un tan, tan, tan… tan, tan, tan… tan, tan, tan… es sinónimo de una revuelta. Pero esta no pasará a mayores. Será apaciguada. Será un escándalo controlable.
Un motín –precisa Parra— es un silencio previo. El penal se calla, no dice nada. El silencio es escalofriante y entonces todos los reos, en cada celda saben que habrá algo grande. Un amotinamiento con toda la violencia que puede dar la frustración, el miedo, la droga, los odios, el hambre, la injusticia, la tortura, el vacío en el alma de los confinados.
“…Y se olía el motín desde la noche del sábado, cuando mataron a Israel, el motín se olía, no era música de viento como le llamamos a golpear la rejas, pa-pa-pa… pa-pa-pa… pa-pa-pa… y en este caso no fue así, no era una revuelta menor iba en serio”, afirma con los ojos a medio parpado como si estuviera otra vez en el lugar y al mismo tiempo en el vehículo donde se dio la entrevista al transitar libremente –valga decirlo— por el boulevard Agua Caliente.
En ese silencio.
En esa víspera de la violencia.
Ocurrió.
Nadie lo esperaba, era día de visita, lo más atípico en los penales del mundo. Todos los internos respetan su visita, son cuando mejor se portan y esta vez se rompieron los acuerdos no escritos, se rompió todo.
Dos celadores fueron atacados, despojados de sus armas y las llaves. En segundos reos peligrosos estaban fuera. El incendio precedió el enfrentamiento, disparos e incineración de celadores. Había comenzado el refuego. Colchonetas pulgosas, zarapes malolientes, daba igual. Todo lo que ardiera se quemó. La escuela fue quemada y los disparos no se hicieron esperar. Desde el aire disparos, en las torres disparos, desde la calle disparos.
--Tronó porque a las 7 de la mañana –señala Parra-- el comandante Ibarra salió de su turno como si nada junto con su familiar el encargado del turno. Sin incluir a Israel (El fallecido) en su reporte. Eso fue, ¿¡cómo que muertito y los culpables!? Ahí se detonó todo”
--¿Y quemaron guardias?
--Pues sí!
--Tu los viste?
--Hay zonas donde no tenemos acceso, pero te lo dicen y la verdad se ve en la cara. Si te dicen un chisme se lo ves en la cara. Y te lo dicen con temor y miedo por lo que está pasando, con eso sabes que sí pasó.
Jesús habla con el código aprendido en el penal. No hay otra forma de llevar la vida más que así.
--Pero la vida de todos corrió peligro, la de un doctor, la de la visita, la de los celadores porque la guardia comenzó a tirar –perdone la expresión— a lo menso y a quien le caiga.
--Tenías miedo?
--Bastante, como nunca en mi vida. Le agradecí a Dios por todos los años de mi vida y me preparé a morir. Ese día fue una masacre.

EL SEGUNDO EVENTO
…Pero no murió, quedó atrapado en la penitenciaría, no lo dejaron salir y aunque persona con goce de liberad condicionada, no se pudo retirar, lo alcanzó el segundo motín.
--El segundo se dio por la comida, esperábamos que iba a ser diferente que iban a dar de comer y no fue así. En tambos usados en El Hongo para lavar la ropa sucia llegó un huevo en polvo mal cocinado, crudo y maloliente. Pero este no se sirvió hasta el martes.
--No esperábamos –continuó sin darse cuenta de que sigue hablando como prisionero y no como persona libre— un trato de amigos, ni amable, pero sí profesional. La cocina quedó inservible y pensamos que iba a ser diferente con buena comida y que todo se apaciguaría pero no fue así.
--Con dos días sin comer, el domingo (día del motín) y el lunes ahora fueron las mujeres quienes protestaron cuando el martes llegó una basura, en contenedores de color naranja con número de celdas en el Hongo enviaron el huevo mal cocido.
Los reos comen al utilizar un recipiente, se forman y colocan su “cacharro”, un cazo de plástico que es responsabilidad de cada uno cuidarlo. La revuelta había terminado con todos los recipientes que se quemaron y muchos, con las manos ennegrecidas por las cenizas y la tierra, juntaron sus palmas para hacer un hueco grande para recibir así el “alimento”. Otros más en pedazos de cartón o un recipiente plástico (galón de leche) partido en la mitad.
La desesperación subió de tono, la indignación fue después y algunos muertos de hambre, permítame la expresión, se lanzaron a un suicidio. Para ellos no hubo diferencia.
--Agarrabas con tus manos lo que te daban los hoyeros, el guardia decía ¡esto es lo que hay! Y con ofensas detonó una vez más la sublevación. Con el hambre que traías y el coraje, al día siguiente… (otro motín)”
Regresó a las ruinas de la cocina, regresó a la hoya de metal, volvió a apretar su cuerpo en el interior y una vez más oró pidiendo compasión por los que iban cayendo fulminados por el fuego de metralletas.
En la intimidad de la hoya, por segunda vez agradeció a Dios haberle concedió ver a sus padres después de 11 años en el sur de la Baja California y pensó en el paraíso. Jamás había estado tan conciente del aprendizaje en este mundo, de la obediencia –dijo— de la existencia de Dios y se preparó una vez más para partir.
Mientras un número indeterminado de hombres caían fusilados ante el avance de las fuerzas policiacas. En medio de un incendio, en la plena garganta del infierno.
Parra fue detenido en posesión de una escopeta recortada que traficaba hacia Baja California Sur desde Tijuana. El juez penal lo sentenció a 30 años de cárcel. Su apelación le permitió una reducción de condena a 25 años y un amparo federal le dejó una pena de 20. Esta a su vez se redujo tras la aplicación de la ley de normas Mínimas para Sentenciados quedando en 11 años 7 meses efectivos de encierro. Hoy busca trabajo en Tijuana como enfermero, su primera profesión carcelaria.